Lo que la investigadora ha bautizado como «Neuromagia» va más allá de esconder un conejo en el doble fondo de un sombrero. El análisis de los mecanismos cerebrales que hacen que no veamos evidentes las artimañas del ilusionista pueden tener futuras aplicaciones en la educación de niños, o en el diagnóstico de algunas enfermedades, como por ejemplo el autismo.
Los magos aprovechan que sólo vemos conscientemente el 5% de lo que pasa a nuestro alrededor. Cuando el ojo no pestañea, y aunque se piense que la mirada queda completamente fija, los movimientos oculares microsacádicos no dejan de sucederse; lo que permite la activación de las neuronas.
Estos movimientos, tras medirse en el laboratorio, pueden demostrar el interés oculto de la persona. A nivel de la corteza visual primaria –donde se procesa la información visual–, el foco de la atención tiene una organización concéntrica, con el efecto de resaltar perceptualmente la información del centro del foco y suprimir la información procedente de la periferia. Los efectos de realce y supresión de la información están mediados por dos poblaciones de neuronas diferentes, y dependen de la complejidad de la tarea que estemos realizando: cuanto más compleja sea, mayor será la supresión cerebral de posibles distracciones.
El mago Miguel Ángel Gea espera que las investigaciones no acaben con los espectáculos, «las personas tienen una gran capacidad de renovación y, al borde del precipicio, pueden encontrar la salida. Los fallos perceptivos siempre han existido y siguen engañando. A mí, amigos magos me engañan, y llevo 20 años estudiando magia. Siempre salen talentos capaces de encontrar la forma de que la magia perdure», añade.
Por su parte, Anthony Barnhart, investigador del laboratorio de Memoria y Lenguaje del Departamento de Psicología de la Universidad de Arizona, subraya que «la mayor parte del engaño en un espectáculo es la autoconfusión por parte de la audiencia. Los magos crean las situaciones que permiten al público generar las suposiciones implícitas que resultan erróneas». Las principales vías para que caigamos en la trampa son, por ejemplo, ejecutar movimientos leves enmascarados tras otros amplios o generar en el público diálogos internos que provocan confusión. También el ser humano pierde la capacidad de detectar el secreto cuando el artista consigue que centre su atención en lo que se supone que está pensando el resto. Situaciones como ésta, conocida como atención conjunta, son bastante frecuentes.
FUENTE: LA RAZÓN
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